domingo, 20 de octubre de 2013

Todo lugar guarda un pasado y una historia

La luz que se filtra por el rosetón se divide en una riada  de colores. Al pasar por las diferentes tonalidades del vidrio crea un efecto casi mágico. Me da en el rostro y noto que mis sentidos se nublan por un momento, pero no me dejo engañar. Agito la cabeza y miro hacia otro lado. Al fondo de la iglesia se halla el altar. Está partido por la mitad y la tela que en otro tiempo lo cubrió con esplendor ahora se encuentra hecha jirones. Justo detrás, el cristo ha desaparecido de la cruz. El madero está carcomido y alguien ha pintado con spray un pentáculo en él.  Avanzo hasta esa zona por el pasillo entre los bancos. Los han dado la vuelta,  roto varias patas e incluso han apilado algunos en una esquina. Justo encima del altar, el techo ha desaparecido así que queda iluminado como si un ángel fuese a bajar del cielo y plantarse delante de mi. A través del agujero han entrado algunas ramas y hojas secas y por los rastros que ha dejado, también lluvia. Los portones también han permitido el paso a todo lo que quisiera flanquearlos porque están descolgados. Al fin recorro toda la longitud de la iglesia y mis zapatillas han acumulado una cantidad de polvo considerable. Desde luego nadie se ha molestado en cuidar este lugar abandonado de la mano de Dios (nunca mejor dicho). Perdida en medio del monte y en estado ruinoso, la ermita debió ser acogedora en su día. pero ahora resulta tétrica. Ya es un milagro que ningún animal haya venido a construirse su guarida aquí. A mi siempre me han incomodado los lugares santos pero este hace ya tiempo que dejó de serlo. Es un sitio con muchas historias entre sus cuatro paredes y la verdad es que no me importaría poder escucharlas todas.