viernes, 4 de mayo de 2018

Y vivió sin arrepentimientos...

Y vi un diminuto tililar en sus ojos. La ligera duda que le impidió mantener una perfecta máscara pétrea. Al mismo tiempo que la esperanza empezaba a florecer tímidamente en mi interior, avancé hacia ella, que se mantenía impertérrita. Nada en su lenguaje corporal indicaba que mi acercamiento fuese a ser bien recibido, sólo lo que yo había creído atisbar en su mirada azabache. Estando ya a apenas dos pasos de donde había decidido pararse, me detuve acechada por el miedo al rechazo. Alcé la mano derecha tan despacio como si quisiera evitar  asustar a un pajarillo y la dejé suspendida a milímetros de su rostro. La oí respirar levemente con resignación antes de que se moviera lo justo para que su mejilla rozara las yemas de mis dedos. Apoyé también la palma mientras una lágrima resbalaba rebelde de mis ojos a mi sonrisa causada por la emoción. La comisura de sus labios se elevó imperceptiblemente y cerró los ojos para no tener que pensar que estaba yendo en contra de todo lo que creía al dejarse guiar por sus instintos más primarios.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Sí, señor juez, soy culpable

Sí, señor juez, soy culpable. Yo robé esa rosa del jardín del vecino para dársela a ella. Sí, señor juez, soy culpable. Yo me salté el semáforo en rojo para no perder tiempo esperando. Sí, señor juez, soy culpable. Yo pagué con un billete falso al taxista que me llevó al lugar que habíamos acordado. Si, señor juez soy culpable. Yo empujé a esa anciana que no me dejaba pasar por las escaleras. Sí, señor juez, soy culpable. Yo paré el evento en honor de otro persona que había cerca para poder encontrarme antes con ella. Sí, señor juez, soy culpable. Yo me lancé contra su padre cuando lo vi a su lado. Sí, señor juez, soy culpable. Yo le provoqué las lesiones que ahora presenta. Sí, señor juez, soy culpable. Yo me llevé las cenizas de la hija que él mató y que yo amaba. Sí, señor juez, soy culpable. Yo las arrojé al mar junto con la rosa robada, justo en el sitio y a la hora en la que habíamos quedado

jueves, 24 de septiembre de 2015

Detalle a detalle

En lo que dura un café caliente por la mañana,
en lo que dura un suspiro mientras dudas,
en lo que dura esa sonrisa de la que no eres consciente,
la vida vuela y se nos escapa de las manos.

Cuando miras por la ventana totalmente abstraído,
cuando jugueteas con lo que tienes en las manos,
cuando tamborileas con los dedos sobre la mesa,
las oportunidades van pasando imperceptiblemente.

Cada vez que respondes que lo que sea está bien,
cada vez que dejas que otro se encargue por ti,
cada vez que es el tiempo quien toma la decisión,
las posibilidades de dejar huella se esfuman.

¿Por qué conformarse con sobrevivir a la rutina?
¿Por qué camuflarse en el discreto nivel medio?
¿Por qué parar las aspiraciones en lo lógico?
La comodidad no debería mandar tu futuro.

Vamos a ponernos al frente del día a día,
vamos a marcar los puntos y comas de la historia,
vamos a cuadrar los hombros y adoptar paso fiero,
las puertas se abren si mueves el picaporte de manera correcta.

Ahora descubre lo fáciles que son de romper los límites,
ahora supera la meta que no tiene nada que ver con la competición,
ahora arrasa hasta que alguien te dedique un libro,
la voluntad baila en la palma de tu mano.





domingo, 19 de julio de 2015

The least thought decisions make the best memories

Cuando somos pequeños a todos nos aterra perdernos, separarnos de la mano de mamá y no saber donde nos encontramos. Ese pensamiento persiste en la gente cuando crece, aunque sea de una manera más racional y práctica que no incluye a los progenitores. Sin embargo parece que eso no se aplica a mí misma, pues ahora mismo no tengo ni idea de por donde estoy caminando y ni por accidente diría que estoy asustada o preocupada. Hace un buen rato caí en la cuenta de que hacía una noche demasiado buena como para desperdiciarla y decidí salir a dar un paseo, pero queriendo disfrutarla tranquilamente he ido evitando los lugares más concurridos hasta acabar callejeando por lo que creo que son los barrios periféricos de la ciudad. Por aquí ando ahora, en un sitio que desconozco y en el que no se ve un alma. De algún modo resulta emocionante, incluso excitante. Llevo los cascos puestos, aislándome prácticamente de la realidad y provocando que todo tenga un toque más irreal. A veces me los quito durante unos segundos pero lo único que se oye son mis tacones, pisando firmemente el suelo. Aunque estoy tranquila al saber que puedo volver a terreno conocido si quiero, me mantengo en un estado de alerta que le confiere el aura de una aventura a este paseo nocturno. Me sobresalto cuando veo una sombra o una rama que no espero, confundiéndolos con gatos o perros callejeros. Pero mayor es la sorpresa en el momento que observo algo tirado en la carretera por el rabillo del ojo y pego un pequeño bote al creer que se trata de una rata. Al echar un segundo vistazo me desengaño, no se trata de ningún roedor si no que esta vez si es un gato que está disfrutando plácidamente la noche y no me dedica ni una sola mirada el minuto que estoy a su lado. La verdad es que esto me recuerda a una ocasión en que me metí en un laberinto en el parque de atracciones. No es que fuera muy grande o lioso, pero aun así mis amigos prefirieron tomar el atajo que llevaba al final directamente y yo me recorrí el camino largo. Tenía tramos sin salida y muñecos que salían de la nada para intentar asustarte. Corriendo como si me fuera la vida en ello, tomando la dirección que no era y dando marcha atrás para buscar la que si. Las risas cuando aquellos personajes se asomaban demasiado despacio como para ser realmente atemorizantes. Disfruté muchísimo, igual que ahora. Tengo ganas de dar un pequeño saltito pero las reprimo por el coche de policía que pasa justo en ese momento de patrulla, con los dos agentes dentro preguntándose seguramente que hago aquí a estas horas. Apena dos minutos después me topo con una verja. Parece ser de algún parque que ya ha cerrado sus puertas. Busco el cartel con los horarios y veo también el nombre del lugar. Me es vagamente familiar pero estoy segura de no haber estado aquí nunca, ni siquiera cerca. Giro ciento ochenta grados y deshago todo lo andado hasta llegar a casa. Según entro me tiro en la cama completamente rendida, he andado más de lo que esperaba pero no tengo ni un pizca de arrepentimiento. Hacía mucho que no me divertía tanto. 

viernes, 19 de diciembre de 2014

La claridad de una gota sombría

Ríos negros corren por una blanca llanura. Se retuercen en extrañas filigranas, careciendo de voluntad propia. Sólo se mueven por el capricho de su dueño. Los controla según sus deseos e impulsos, ordenando que giren noventa grados, que sigan recto o que tracen una curva poco pronunciada. Crean una armonía difícil de ver si te sitúas a ras del suelo. Debes alzar tu mirada para observar todo el conjunto. Así se entiende que el capricho no es tal. Que la belleza no está en el cauce o en el recorrido individual si no en el cúmulo que forman todos a la vez. En el instante que lo ves, lo comprendes. No es solo mirar y aceptar el error anterior. Es mirar más allá, viendo. Es aceptarlo de tal forma que sepas hacer que otros lo acepten, comprendiéndolo. Cuando asimilas que él que creías dictador de oscuros arroyos no es si no liberador de mil olas resplandecientes. Un conquistador del mismo mar en tantas orillas distintas, que su empresa parece idea de locos. Pero, ¿acaso no lo son todas las ideas? Siempre habrá un gobernador de tinta, que expresándose sobre papel, muestre un pensamiento disparatado y trate de conmover con él a diferentes personas con mentalidades a cada cual mas dispar. Alguien que letra tras letra, palabra tras palabra, oración tras oración, sea capaz de llegar hasta el último rincón del alma de cualquiera que contemple lo que ha escrito. Que lea esos trazos de voz plasmada en unas líneas con tanto poder como una tempestad en el océano. Humilde rey de sus propias expresiones, con el don de dar forma a los conceptos que escapan de su cabeza. Aún si no logra el sentimiento deseado, mientras haya una reacción estará bien. Porque tanto si surge el acuerdo como si surge la oposición, el despertar emociones en algunos es mayor proeza que tirar una piedra a un lago y que esta flote.

miércoles, 16 de abril de 2014

Escapa, medita y vuelve

Una gota de sudor resbala desde su sien hasta el cuello, para perderse dentro de la camiseta. Jadea intentando llevar un ritmo normal de entrada y salida de aire en sus pulmones. Los labios entreabiertos y ligeramente agrietados. Unas marcadas ojeras denotan el cansancio acumulado. Se dobla sobre la cintura y se apoya en las rodillas. La extenuación está invadiendo su cuerpo pero no va a dejar que la colonice. Incorporándose, respira profundamente y se llena de energía. Emprende de nuevo la carrera durante quince minutos más hasta llegar a casa. Se para delante de la puerta para buscar las llaves y poder abrir. Según entra, las suelta en el mueble del recibidor y se va directa a la ducha. Deja las mallas, la camiseta y el top en el cesto de la ropa sucia y las deportivas tiradas en el suelo. Se quita la coleta y mientras lanza la goma sin mirar donde cae va abriendo el grifo. Se mete debajo sin esperar a que el agua salga caliente y cierra los ojos. Siente como le salpica en el rostro y como después cae por su pecho hasta el resto del cuerpo. Conforme pasan los segundos y va volviéndose más tibia se aparta y coge el champú. Cuando ya tiene una nube de espuma blanca en la cabeza y en las manos se vuelve a meter bajo el chorro para aclararse. Después se enjabona el cuerpo y se lo enjuaga para acto seguido quedarse pensando mientras el agua le corre cálida por la espalda. Tras unos minutos despierta del trance, cierra el grifo y sale envolviéndose en una toalla. Usa otra para empezar a secarse el cabello. Al terminar se desenreda los tirones que tiene en el pelo y sin mas ceremonia se pone un culote y una camiseta ancha que le tapa la mitad de muslo y le deja un hombro al descubierto. Abandona el baño y se dirige al dormitorio. Allí la espera la razón de su temprana escapada a correr. Debajo de la manta y las sábanas se distingue la silueta de quien solo se ven unos rizos rubios sobre la almohada. Se inclina para darle un beso en la frente y después se va hasta el balcón. Con un suspiro contempla el cielo despejado y la ciudad silenciosa. Sabe que se va a meter en problemas pero ya está hecho. Suspirando de nuevo se retira de la barandilla para ir a preparar el desayuno. Su visita querrá café al despertar y ella también necesita uno.

miércoles, 12 de febrero de 2014

El atractivo de lo rojo

Cemento,metal, niebla, árboles de ramas desnudas, una ciudad.
Tonos plomizos infinitos, superpuestos unos sobre otros.
Sin nada que desentone, sin nada fuera del esquema.
Sólo personas grises mezcladas entre la gente.

Allí va otra unidad más, con gorro, abrigo y pantalones oscuros.
Una mancha sombría en el triste conjunto, moviéndose sin pensar.
Marioneta autómata debido al teatro que es la sociedad.
Mecánico pensamiento, con engranajes sonando en una balada sin fin.

Nada no programado, las acciones inherentes han sido desterradas.
Una mirada vacía que no se queda en un punto fijo.
¿Para qué hacerlo? Todo es igual, uniforme e idéntico.
Nada se atreve a destacar y reafirmar que existe.

Vaga sin un rumbo propio y sin ideas que aspiren a más.
No se fija en los detalles porque son mero ornamento.
Aunque percibe algo, captado con el rabillo del ojo.
Un contraste, un brillo. Lo impensable, una diferencia.

Prendida en una rama desprovista de abrigo al otro lado de la calle,
se haya una cinta escarlata ondeando al viento.
Olvidada sin misericordia, con los bordes deshilachados.
Tan fútil para la masa, tan reseñable para ella.

Echa a correr, cruza la carretera y se para frente al árbol.
No ha caído en la cuenta de que ella misma se ha salido de la rutina.
Únicamente es capaz de ver ese retazo de realidad.
De anhelarlo con toda su alma, esa de cuya existencia se está percatando ahora. 

Comienza a trepar hacia su objetivo con determinación.
Un arrojo del que no había hecho gala nunca antes,
más ahora parece que siempre lo haya tenido por estandarte.
Sin reparar en la dificultad de su empresa, continua hasta alcanzarlo.

Baja con un nuevo tesoro entre sus manos, donde halla heridas al mirarlas.
Trazos rojos debido a la brillante sangre. Siente el dolor y con él, la vida.
Es increíble. Ha sonreído. Con esa cinta. Con esos raspones.
Ha encontrado la energía que le faltaba. El color que necesitaba.