domingo, 30 de diciembre de 2012

Todo llega con una nevada

Hace frío. Con cada respiración el vaho se condensa ante mí. Me llevo las manos rojas a la boca para intentar  calentarlas con mi respiración pero no funciona. Pienso en los guantes que he dejado olvidados en casa y me reprocho a mí misma el descuido. Estamos a mediados de enero y en pleno invierno. Además es temprano, ni siquiera ha salido aun el sol. Es de agradecer que no haya niebla pues haría la situación tenebrosa. Vuelvo a soplarme las manos y me cruzo de brazos intentando entrar en calor. Las estación está desierta, sin una sola persona excepto yo esperando por el tren que parecer no llegar nunca. Suspiro formando nubecitas en el aire.

Pienso en el otoño, que empezó cálido con los ecos del verano y acabó frío por los rumores del invierno. Vienen a mi los recuerdos de una estación ya pasada, de oportunidades que no regresarán, de acontecimientos inesperados, de sorpresas únicas y dulces secretos susurrados al oído. Todo lo que sucedió muestra sus consecuencias ahora. Las palabras  que se dijeron y unieron el destino con un fino hilo rojo. Las sonrisas que marcaron el camino de hojas caídas entres los árboles. Una nueva esperanza y una traición. Miro hacia atrás y veo como todo ello me ha conducido hasta donde estoy ahora. En una pequeña estación, esperando el tren que me llevará hacia un nuevo comienzo.

Tumbo la maleta y me siento encima. En la estación no hay bancos y con los piernas congeladas esperar de pie es duro. Contemplo la vía por donde de ser esto un cuento, aparecería un carruaje que me llevaría a un palacio para convertirme en  princesa. Me río quedamente por la ocurrencia y una sonrisa se me instala en las comisuras de los labios. Justo en este momento aparece ante mi una cosita blanca y luego otra y otra. Miro el cielo y observo encantada que ha empezado a nevar. Extiendo las manos para que caigan en ellas los copos y miro como se deshacen al entrar en contacto con la piel. Pequeñas gotitas de agua, heladas y brillantes. Los dedos se me están poniendo de un color purpureo pero no me importa. De pronto oigo una respiración agitada detrás de mi y al girarme veo que pertenece a un chico que acaba de llegar. Pienso que las prisas son por la nevada pero me equivoco. Son por el tren que ya llega, al mismo tiempo que la nieve y que un nuevo compañero de viaje. Me quito el agua de las manos, recojo la maleta y dedicándole una sonrisa al chico subimos ambos a bordo del tren.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Y la lluvia borrará el pasado para dar paso a un presente libre

¿Qué significa realmente ser libre ? Según los libros de ética, la libertad es la capacidad del ser humano de actuar según su voluntad. Eso es demasiado frío, una simple definición sin sentimiento que resulta lo opuesto al sentimiento de libertad. Este es suave y cálido como el beso de una madre, sutil como el andar de un gato, invisible pero presente como el aullar del viento. Ser libre es  ser fiel a tu personalidad y carácter, tomar tus propias decisiones y cometer un millar de errores. Ahí radica la esencia de la libertad. Poder abrir una puerta asumiendo las consecuencias y cerrarla en caso de error. Aceptar la responsabilidad y abrir una ventana para intentarlo de nuevo. Asómate al precipicio, haz un salto de fe y disfruta de la sensación de volar como un ave, el único ser verdaderamente libre. Aquel que irá donde desee aunque no toque ni tierra ni mar, pues el cielo cubre ambos. Nosotros somos incapaces de recorrer el cielo de esa forma, pero si podemos tener la sensación de rozar las nubes con la punta de los dedos. Ya toquemos nubes blancas y luminosas o negras y oscuras, será siempre por el camino que hayamos escogido libremente. Y aun así todas dejarán caer la lluvia que limpia las calles, borra las huellas, y desaparece las cadenas del pasado, permitiéndonos mirar al presente con el pecho henchido de esperanza y un aura de libertad a nuestro alrededor.

martes, 4 de diciembre de 2012

...y despertar con la ciudad

Unos rayos de sol se filtran por la puerta del balcón, entre las cortinas, para llegar a mi rostro. Los siento sobre mis párpados intentando despertarme pero, me niego y dándome la vuelta me tapo la cabeza con la manta. Sin embargo no consigo volver a caer en el dulce sopor del sueño y emitiendo un gemido de protesta me destapo de nuevo y miro hacia el balcón. Las puertas están cerradas y las cortinas echadas pero como no llegan a juntarse del todo el sol ha logrado colarse por ese huequecito e iluminar levemente la habitación. Esbozo una sonrisa y me levanto de la cama. En una esquina hay un espejo apoyado contra la pared. Le dirijo una mirada observando mi reflejo. El pantalón largo del pijama se ha desatado y está justo en el límite de la cadera. La camiseta de mi grupo favorito, ya gastada y descosida por usarla siempre, está toda arrugada después de dar vueltas en la cama. El pelo totalmente despeinado con cada cabello en una direccion. Bajo el desarreglado flequillo puedo observar mi mirada aun adormilada. Tras este examen me dirijo al balcón y descorro las cortinas de un fuerte tirón. Ha amanecido hace poco y la ciudad aun anda despertándose. Abro la puerta y apoyándome en la barandilla echo un vistazo a la calle. Solo se mueve algún coche, seguramente con su conductor maldiciendo por tener que ir a trabajar tan temprano, y algunas personas de fuerte voluntad ya sea paseando a sus perros o haciendo footing. Sopla una fría brisa y se me pone la piel de gallina. Me gusta mirar el amanecer y la actividad apresurada a la vez que somnolienta que tiene la ciudad pero, a estas horas no soy tan fuerte como esas personas de la calle y prefiero meterme dentro de nuevo para taparme con la manta y acurrucarme en la cama. Aun que no me duerma al menos estaré cómoda y calentita.