domingo, 28 de julio de 2013

Fronteras

En tiempos de fronteras naturales y sin murallas
cuando las alianzas eran puentes entre civilizaciones
se tiende una cuerda sujeta por una tierna infancia
en manos de herederos de dos ciudades.

Un niño de cabellos color obsidiana y mirada limpia de cervatillo,
al que antes de dar más de unos pocos pasos se le subió a un caballo
y antes que un juguete se le puso una espada en la mano,
pues se le enseñó terror y crueldad para la corona que debía llevar.

Una niña con tirabuzones escarlata y esmeraldas por ojos.
Una digna señorita bailando con pomposos vestidos y manejando abanicos con plumas,
mas también sabe moverse en batalla, tensar un arco y esgrimir una daga,
pues será futura madre y esposa a la par que dirigente de ejércitos y reina.

En la inocencia de la niñez ambos tendieron sus manos
sin embargo la fuerza progenitora interpuso un muro entre ellos
matando la semilla de ilusión en él para imponer las antiguas costumbres
y reforzando en ella su libertad y el deseo de llevarla hasta otras personas.

Los años se suceden y  príncipe y princesa crecen.
Futuro señor de una villa conservadora, tradicional y retrógrada.
Futura señora de un reino próspero, avanzado y progresista.
Ambos alcanzan sus tronos y con ello el mando y el destino de muchas vidas a su cargo.

Sus padres y naciones se tenían un odio que debe ser heredado.
Él lo mantiene y desea iniciar otra guerra sin tregua que nadie ha ganado en siglos,
pero ella recuerda los días de infancia y no desea batallar sino lograr la paz.
Extender la cultura que le han enseñado para que personas fuera de su mando dejen de sufrir.

Sin embargo no la dejan obrar como se debe y sobre ella se ciernen flechas y catapultas.
Quien de niño fuera compañero de juegos ahora la golpea con saña y sin misericordia,
destruye la armonía de su hogar y a este mismo obligándola a huir con su gente
pues lo pocos que se queden para defender su casa y su honor serán víctimas de un tirano.

Mas en su afán de conquista dejará abandonado su propio feudo y a cualquiera no militar en el.
Es la hora de aprovechar y demostrar que sus maneras no son adecuadas,
con el deseo de seguir adelante ella se encamina hacia la morada de su enemigo ahora desatendida
pero no con planes de destrucción sino de conquista digna y promesa de un nuevo futuro.

Al principio sus palabras no son escuchadas pues nadie en ese lugar cree posible lo que cuenta,
más cuando ven tanto a hombres como mujeres en su ejercito y todos acatando sus órdenes
comprenden que otro modo de vida es posible y la siguen entregándose a su mandato,
para rehacer su sociedad y olvidar el yugo al que estuvieron siempre sometidos.

Se juntan las dos civilizaciones, yendo hacia delante como una sola.
Sin embargo no hay ninguna paz eterna y el deseo de venganza es humano.
Un gran ejercito marchará contra un antiguo amigo, enemigo y señor.
Ahora se levantarán en armas aquellos a los que se les negó tal derecho para demostrar cuan válidos son.

Desde una ciudad en ruinas habitada por esclavos ve llegar a las huestes,
formadas por viejos enemigos que creyó derrotados y también por aquellos que antes fueron vasallos.
Sus tropas no pueden defender un castillo vacío y ruinoso contra sus propias familias
así pues la victoria es de aquella con quien jugó en los días tranquilos de su niñez.

Tras la derrota, los tronos y destinos de todos quedan en manos de una mujer con cabellos de sangre. 
Pero no dejará sus manos del mismo color con la muerte de su antiguo camarada.
El exilio es lo que a él le espera por no haber querido la alianza que ahora ya reina en las dos villas,
el abandono de todo lo conocido y de la vida feliz e igualitaria que podría haber tenido.

Esta historia no va a ser olvidada aunque los tiempos antiguos pasen y lleguen nuevos.
Aunque existan siempre fronteras entre civilizaciones este recuerdo permanecerá
por siempre en la memoria como aquello que es posible y se debe lograr,
como una muestra de que todos podemos hacer lo mismo si se nos da la oportunidad.

lunes, 15 de julio de 2013

Todo lo blanco puede volverse negro

Mojé la pluma en la tinta y la deslicé por la página aún en blanco. Puse mucho cuidado en los trazos, levantándola del papel después de escribir cada letra. No quería que se corriera lo escrito y se estropease junto con la hoja. Era una carta importante. No podía permitirme hacerla de nuevo. Frase a frase, oración a oración, iba enlazando las palabras para formar un discurso capaz de conmover a alguien con corazón de piedra y de hacer mostrar valor al más cobarde de todos. Terminé con el día, justo en la caida del sol. Quité el papel del escritorio para preservar su seguridad. Empecé a guardar todas las plumas que no había llegado a usar. Saqué la que si había utilizado del tintero y la dejé apoyada en un paño de color burdeos. Recogí también el frasquito de tinta azul pues al final me había decidido a usar la negra. Era una armoniosa combinación de tonalidades entre la mesa de madera caoba, el pañuelo, la pluma blanca, el tintero metálico y la tinta negra en su interior. Me estiré por encima de mueble para poder cerrar la ventana y evitar que algo se cayese con el viento que entraba. Pero no fue la ventana sino yo misma quien tiró algo. Con un golpe involuntario del codo, convertí a un cisne en cuervo y dejé vacío donde antes se albergaba un líquido obsidiana. Lo que antes podrías considerar una tela manchada de vino, ahora estaba teñida de brea. Suspiré por mi buena idea de retirar la carta de allí. Puse de pie el tintero, usé el paño para secar lo más posible el escritorio y levanté la pluma en alto para poder observarla al contraluz del atardecer. La tinta había sido absorbida de manera irregular y se podía observar extrañas figuras. Decidí quedarmela y la coloqué encima de una piedra recogida años atrás en la playa que le hizo las veces de apoyo y de mostrador. Después fui a buscar un sobre para la misiva que a la mañana siguiente tenía que echar al buzón sin demora.

Reflexiones de un minuto en el tren


Suena el pitido avisando de que las puertas van a cerrarse. Entra corriendo un chico de unos diecisiete años, en el momento justo para no ser atravesado por la mitad. Se sienta en frente de mí y tras ponerse los cascos, desde los cuales se puede escuchar una música rock, se aísla del mundo. Igual que antes de que el chaval protagonizara una película de acción para poder subirse al tren, fijo mi atención en lo que hay al otro lado de la ventana. Mis sueños echan a volar de la misma forma que lo hicieron en su día los de un escritor de pelo y barba canos, que hablaba de un futuro que resultó acertado o los de un pintor excéntrico y loco de extraño bigote con sueños surrealistas. Saco mi libreta favorita y un boli mordisqueado de mi bandolera. Con una sonrisa dejo que los recuerdos de mi corazón guíen mi mano mientras escribo unas líneas que versan sobre esa cara de mi vida que pocos conocen y que como tantas otras veces me ha despedido en la estación.