miércoles, 12 de febrero de 2014

El atractivo de lo rojo

Cemento,metal, niebla, árboles de ramas desnudas, una ciudad.
Tonos plomizos infinitos, superpuestos unos sobre otros.
Sin nada que desentone, sin nada fuera del esquema.
Sólo personas grises mezcladas entre la gente.

Allí va otra unidad más, con gorro, abrigo y pantalones oscuros.
Una mancha sombría en el triste conjunto, moviéndose sin pensar.
Marioneta autómata debido al teatro que es la sociedad.
Mecánico pensamiento, con engranajes sonando en una balada sin fin.

Nada no programado, las acciones inherentes han sido desterradas.
Una mirada vacía que no se queda en un punto fijo.
¿Para qué hacerlo? Todo es igual, uniforme e idéntico.
Nada se atreve a destacar y reafirmar que existe.

Vaga sin un rumbo propio y sin ideas que aspiren a más.
No se fija en los detalles porque son mero ornamento.
Aunque percibe algo, captado con el rabillo del ojo.
Un contraste, un brillo. Lo impensable, una diferencia.

Prendida en una rama desprovista de abrigo al otro lado de la calle,
se haya una cinta escarlata ondeando al viento.
Olvidada sin misericordia, con los bordes deshilachados.
Tan fútil para la masa, tan reseñable para ella.

Echa a correr, cruza la carretera y se para frente al árbol.
No ha caído en la cuenta de que ella misma se ha salido de la rutina.
Únicamente es capaz de ver ese retazo de realidad.
De anhelarlo con toda su alma, esa de cuya existencia se está percatando ahora. 

Comienza a trepar hacia su objetivo con determinación.
Un arrojo del que no había hecho gala nunca antes,
más ahora parece que siempre lo haya tenido por estandarte.
Sin reparar en la dificultad de su empresa, continua hasta alcanzarlo.

Baja con un nuevo tesoro entre sus manos, donde halla heridas al mirarlas.
Trazos rojos debido a la brillante sangre. Siente el dolor y con él, la vida.
Es increíble. Ha sonreído. Con esa cinta. Con esos raspones.
Ha encontrado la energía que le faltaba. El color que necesitaba.





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