viernes, 19 de diciembre de 2014

La claridad de una gota sombría

Ríos negros corren por una blanca llanura. Se retuercen en extrañas filigranas, careciendo de voluntad propia. Sólo se mueven por el capricho de su dueño. Los controla según sus deseos e impulsos, ordenando que giren noventa grados, que sigan recto o que tracen una curva poco pronunciada. Crean una armonía difícil de ver si te sitúas a ras del suelo. Debes alzar tu mirada para observar todo el conjunto. Así se entiende que el capricho no es tal. Que la belleza no está en el cauce o en el recorrido individual si no en el cúmulo que forman todos a la vez. En el instante que lo ves, lo comprendes. No es solo mirar y aceptar el error anterior. Es mirar más allá, viendo. Es aceptarlo de tal forma que sepas hacer que otros lo acepten, comprendiéndolo. Cuando asimilas que él que creías dictador de oscuros arroyos no es si no liberador de mil olas resplandecientes. Un conquistador del mismo mar en tantas orillas distintas, que su empresa parece idea de locos. Pero, ¿acaso no lo son todas las ideas? Siempre habrá un gobernador de tinta, que expresándose sobre papel, muestre un pensamiento disparatado y trate de conmover con él a diferentes personas con mentalidades a cada cual mas dispar. Alguien que letra tras letra, palabra tras palabra, oración tras oración, sea capaz de llegar hasta el último rincón del alma de cualquiera que contemple lo que ha escrito. Que lea esos trazos de voz plasmada en unas líneas con tanto poder como una tempestad en el océano. Humilde rey de sus propias expresiones, con el don de dar forma a los conceptos que escapan de su cabeza. Aún si no logra el sentimiento deseado, mientras haya una reacción estará bien. Porque tanto si surge el acuerdo como si surge la oposición, el despertar emociones en algunos es mayor proeza que tirar una piedra a un lago y que esta flote.

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